'Overbooking' teatral en Casa Romana



El público respalda en masa la iniciativa de Alfonso Zurro de llevar 25 miniobras al interior de las habitaciones del céntrico hotel • Predominaron las escenas intimistas y la crítica a la hipocresía social



"Hace unos años, el hotel Inglaterra celebraba durante un fin de semana una feria de arte en la que los galeristas de la ciudad exponían sus obras en las habitaciones. Siempre me ha gustado que el arte salga de su contexto tradicional porque iniciativas como ésta son la mejor manera de crear afición". Lo comenta Manolo Cuervo, cartelista de los trípticos que servían de guía a los espectadores que ayer acudieron en masa a participar del Día Mundial del Teatro en el hotel Casa Romana de la calle Trajano.

La propuesta, comandada por el dramaturgo Alfonso Zurro -exultante ayer ante el abrumador apoyo del público-, consistía en llevar el teatro, con todo lo que conlleva de rito colectivo y efímero, a un lugar tan inusual como un hotel. Más concretamente a las 25 habitaciones de Casa Romana que, por una noche, se convirtieron en espacios escénicos donde se pudo mostrar el talento de 25 autores andaluces (desde el propio Zurro a Juan Alberto Salvatierra, Carlos Álvarez Novoa, Tomás Afán, Mercedes León o Gracia Morales, entre otros) y de los 67 estudiantes de la Escuela Superior de Arte Dramático que, acompañados de algunos ex alumnos y profesores del centro, protagonizaron las obras.

Gracias a una excelente labor de regiduría y al entusiasmo con que estos alumnos han estado preparando desde principios de curso esta gran fiesta, hasta 3.000 personas, según cálculos de la organización, participaron ayer de este singular evento, desde las seis de la tarde (una hora antes de lo previsto) y hasta las doce de la noche.

A la cita acudió un público heterogéneo que coincidió en su disfrite de la gran variedad de propuestas. Carlos Parejo, confeso asiduo de las salas sevillanas, valoró la capacidad de los autores de adaptarse a un tiempo tan limitado, entre 3 y 4 minutos: "Son obras cortas pero con bastante argumento y están muy bien sintetizadas". Tan resumidas que hubo quien pedía más al término de las mismas. "Yo quiero que siga", exclamaban al final de Madera de chorizo, de Javier García Teba, varias jóvenes entre las que se encontraba Ana María Laguna. Esta chica, que compagina su trabajo como dependienta en una zapatería con el curso de graduado escolar, asistía por primera vez a una obra de teatro. "Me ha entusiasmado y me parece muy interesante porque esto tiene mucho de la realidad". Todo un elogio de quien, gracias a actividades de este tipo, puede convertirse en una fiel espectadora. Miguel Márquez incide en esta idea: "El público está muy sorprendido, porque no deja de ser curioso que detrás de una puerta haya un grupo de gente actuando para ti".

El espectador, en efecto, no sólo pudo acercarse al teatro, sino casi tocar con la mano a los actores, en cualquier tipo de escena: en la preparación de un paquete bomba, en una orgia eucarística o en una dolorosa conversación para saldar cuentas con el pasado.

Como era de esperar, el espacio de la propuesta dio lugar a bastantes escenas de cama, si bien de cortes diferentes: intimistas, como la propuesta por Antonio Raposo en Tyler y Boston; carcajadas de trazo grueso como las de Luna de mielda, de Juan Larrondo o guiños a la actualidad de la impostura y la prensa rosa como la escrita por Adelardo Méndez Don Jetuncio Muchacar. La mirada a la actualidad la aportó Zurro con Comando y la crítica a la sociedad hipócrita y salvaje, Sergio Rubio con Esclavos, entre otros autores.

Más allá de la condición de noveles de los actores y de las diferencias entre los textos, la velada sirvió, en palabras del dramaturgo Antonio Álamo, para "la revitalización de la escena sevillana".

Larga vida al teatro.
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